El próximo viernes 1 de noviembre, celebramos una de las
fiestas más antiguas de la Iglesia, la de todos los Santos. La Iglesia
peregrina en la tierra celebra, en un solo día, tal como dice el prefacio de la
solemnidad, “la asamblea festiva de todos los santos, nuestros hermanos en el
júbilo de la Iglesia del cielo, “la Jerusalén celestial”.
Entre estos santos y santas
reconocidos o anónimos seguro que hay familiares, amigos, vecinos…en los que
descubrimos, desde la perspectiva de la muerte, cómo con esfuerzo, sacrificio,
y dificultades han intentando mantenerse fieles al camino de las
bienaventuranzas. Al ir durante estos días al cementerio a rezar por nuestros
difuntos, roguemos para que no nos falte su intercesión.
Esta es también nuestra fiesta.
También nosotros, como escucharemos en la oración final de le Eucaristía de ese
día, estamos llamados a realizar “nuestra santidad, por la participación en la
plenitud de tu amor” en la vida de cada día: con la familia, en el trabajo, en
la universidad… dando testimonio de nuestra fe, esperanza y caridad. Un camino
que empezó cuando después de nuestro bautismo fuimos marcados con el Crisma,
recibiendo el don del Espíritu Santo, un Espíritu que, si permitimos que
conduzca nuestra vida nos hará “semejantes” a Jesús.
Santos y Santas de Dios, rogad
por nosotros.