Ontinyent, 26 de
Septiembre
de 2020
Iniciamos un curso difícil después de un final de curso y un verano complicados. Los "platos fuertes" de la parroquia (fiestas patronales, Fallas, Semana Santa, campamentos, Camino de Santiago, cena de final de curso, etc.) los hemos vivido desde la distancia o directamente han sido suspendidos; los sacramentos de la Iniciación Cristiana hemos tenido que celebrarlos con escasa participación de fieles. Actualmente todavía hay muchos grupos que desde marzo no se han vuelto a reunir y otros que ven con mucho recelo la posibilidad de hacerlo y, al programar este curso, cada vez somos más conscientes de las limitaciones que la situación actual nos impone. Las noticias de enfermedad y muerte junto con el confinamiento generalizado y los nuevos brotes que van teniendo lugar dejan un sabor amargo en nuestro día a día.
Ante tantas dificultades todos nos enfrentamos a la
tentación del desánimo,
de la
tristeza, de
la inquietud, del miedo...
Pero vuestros sacerdotes, al comenzar de este curso, queremos poner ante todos vosotros la Palabra del Señor que es como una lámpara que alumbra en un lugar oscuro (cf. 2Pe 1,19).
Cuando Jesús Resucitado está a punto de ascender al cielo y sus apóstoles ya no van a tener la oportunidad de verlo y de tocarlo, de sentir su presencia
física que les ha reconfortado y animado después de la Pasión, les dirige estas
palabras:
Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo. (Mt 28,20)
Tres cosas fundamentales nos recuerda el Señor en este fragmento del Evangelio:
1. Jesús nos dice que todo está en sus manos. “Le ha sido dado todo poder en el
cielo y en
la tierra”, está por
encima de
cualquier contrariedad o dificultad de este mundo, incluso de la pandemia que nos rodea y
sus
consecuencias.
2. Jesús nos envía a hacer discípulos, a darlo a conocer a las personas para que lo amen y lo sigan. A bautizar en su nombre, es decir, a
incorporar a todos a su familia, a la
Iglesia, y a enseñar todo lo que
él ha
mandado: “Amaos como yo os he amado”.
3. Jesús no nos abandona a nuestra suerte. Nos dice "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos". Está con nosotros. Siempre. En cada momento. También y, especialmente, ahora.
Escuchar estas palabras de Jesús al inicio de este curso es crucial. La Iglesia existe para evangelizar. No podemos quedarnos cómodos en nuestro hogar- parroquia. Ni
siquiera en estas circunstancias. No
podemos conformarnos
con
mantenernos a salvo y dejar que cada uno se las arregle como pueda. San
Pablo nos recuerda que "La creación entera gime con dolores como de parto esperando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8,22). En estos momentos de tribulación a nivel mundial, los hombres y mujeres,
nuestros hermanos, necesitan que
vivamos en plenitud lo que somos: hijos de
Dios, discípulos de
Cristo, apóstoles de su amor.
El miedo, la incertidumbre, la vergüenza o la sensación de que la misión es demasiado grande para nuestras fuerzas, capacidades y ánimos tienen un antídoto eficaz: la fe.
Jesús resucitado nos ha hecho una promesa: “Yo estoy con vosotros”.
¿Creemos en Jesús? ¿Creemos en Su Palabra? Él está con nosotros, su Espíritu vive en nosotros y nos mueve a anunciar esta verdad al mundo entero.
Para vivir así necesitamos estar “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2,7). Necesitamos una relación fuerte con Jesús en la que experimentemos que nada ni nadie nos puede apartar de su amor (cf. Rm 8,39) ¿Cómo vivir así en las circunstancias actuales? Acudiendo a las fuentes dónde Dios nos alimenta a sus hijos:
Viviendo la Eucaristía
cada
domingo o diariamente.
Haciendo una Lectura
orante de la Palabra de Dios cada día.
Reservando un tiempo de oración personal en
nuestra jornada.
Acudiendo a la Adoración del Santísimo, especialmente los martes y en la mañana
y la noche de
los jueves.
Acercándonos habitualmente a la confesión para dejarnos abrazar
por
la misericordia de
Dios.
Profundizando en la
Palabra de Dios con la ayuda de la Escuela de la
Palabra.
Alabando a Dios en el Espíritu Santo cada martes por la
noche.
Buscando los días de retiro que se nos ofrecen de distintas maneras.
Transmitiendo la fe a los más pequeños, a los adolescentes y a los
jóvenes.
Atendiendo las necesidades de los pobres y de los que sufren por cualquier
motivo.
Reuniéndonos para formarnos y profundizar en la fe con nuestros
respectivos grupos.
Todo lo que hagamos como como comunidad cristiana tiene que tener tres pilares: la Palabra de Dios, los sacramentos (especialmente la Eucaristía) y el ejercicio de la Caridad. De lo contrario puede ser que llevemos adelante cosas buenas pero caducas e insuficientes. Nuestra misión es hacer presente en medio de este mundo a Cristo resucitado y vivo en medio de nosotros, a Cristo que ha vencido el mal y la muerte, a Cristo que ama a los hombres y nos trae la salvación.
Por eso es necesario que cada uno de nosotros y toda la parroquia en conjunto decidamos cómo queremos vivir éste momento de la historia en el que nos encontramos:
Como si Dios no existiera o estuviera lejano y nosotros tuviéramos que soportar la situación abandonados a nuestra suerte.
O desde la fe, la esperanza y el amor. Creyendo en la Palabra que Jesús nos dice: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".
¿Cómo queremos vivir este curso? ¿Cómo vamos a
vivirlo?
Pongámonos todo en manos del Señor y pidamos la intercesión de San José y de María Inmaculada para que siguiendo su ejemplo confiemos en el poder y el amor de Dios que no nos abandona.
Estamos a vuestra disposición y os pedimos que recéis por nosotros.
Vuestros Sacerdotes,
Rafael Sala Pablo Sanchis
Párroco
Vicario