Del Evangelio según San Juan 1,1-18
En el principio
ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era
Dios.
Por medio de la
Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha
hecho.
En la Palabra
había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en
la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre
enviado por Dios, que se llamaba
Juan: éste venía
como testigo, para dar testimonio de la luz. No era él
la luz, sino testigo de la luz. Y el mundo no la conoció. Vino a
su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da
poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
La Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros. Porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
A Dios nadie lo
ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha
dado a conocer.
RECUPERAR LA FRESCURA DEL
EVANGELIO
En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones
básicas que nos obligan a revisar de manera radical nuestra manera de entender y
de vivir la fe cristiana, después de veinte siglos de no pocas desviaciones,
reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha
hecho carne”. Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su
misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y
doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús
para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto
jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a
conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo
ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con
seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo
único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca
construir un mundo más humano para todos.
Esta dos afirmaciones están en el trasfondo del programa
renovador del Papa Francisco. Por eso busca una Iglesia enraizada en el
Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o costumbres “no directamente
ligadas al núcleo del Evangelio”. Si no lo hacemos así, “no será el Evangelio lo
que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de
determinadas opciones ideológicas”.
La actitud del Papa es clara. Solo en Jesús se nos ha revelado
la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del
primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y “sin
obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de
insistencia”.
El Papa piensa en una Iglesia en la que el Evangelio pueda
recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de
entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, nos invita a “recuperar la
frescura original del Evangelio” como lo más bello, lo más grande, lo más
atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”, sin encerrar a Jesús “en
nuestros esquemas aburridos”.
No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin
impulsar en nuestras comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su
Evangelio a la que nos llama el Papa. Él mismo nos pide a todos “que apliquemos
con generosidad y valentía sus orientaciones sin prohibiciones ni
miedos”.